Coincidirán conmigo en que España ha cambiado enormemente en los últimos 50 años.
Somos, para empezar, un país muchísimo más rico.
En 1976, cuando Adolfo Suárez accedió a la presidencia del Gobierno, la renta per cápita de los españoles pasaba apenas de los 3.000 dólares.
Ahora y a pesar de la ineptitud del socialista Sánchez, estamos por encima de los 36.000.
Hay muchas cosas que han mejorado. Los dentistas ya no hacen daño, los trenes van a toda mecha, las carreteras son espectaculares y los cuartos de baño de las gasolineras, que antaño permanecían cerrados con candado, eran un pudridero y en lugar de papel higiénico contaban con un clavo en el que insertaban trozos de periódico, hasta se pueden usar sin riesgo.
La sanidad, donde atienden a cualquiera, tenga o no tenga papeles, haya cotizado o no y sufra lo que sufra, es excelente.
Pero no todos son bondades o ha ido a mejor.
Como sociedad nos hemos reblandecido y acobardado. Nos hemos hecho más ovinos, más vagos, más flojos, más proclives a la sumisión y más estúpidos.
También mucho más inclinados a aceptar mansamente el crimen, la mentira y la manipulación, cuando quienes lo promueven ostentan un cargo, tienen poder y manejan los medios de comunicación.
A estas alturas, seguro que hay ya alguno de ustedes preguntándose a que viene este sermón.
Pues muy sencillo: viene a propósito de la urgente necesidad que tenemos como españoles de sacar de la Moncloa a Sánchez y a sus secuaces.
Y no basta un cambio de siglas y una modificación de nombres.
Estoy seguro de que si Feijóo asume la presidencia y es muy probable viendo el número de escaños que las encuestas vaticinan al tándem PP-VOX, la política española dejará de estar al albur de proetarras, golpistas catalanes, chavistas de Podemos y mamarrachos de toda laya, pero no basta con eso.
Hace falta un proyecto de país, perfilar cómo queremos que sea la educación de nuestros hijos, ampliar nuestras libertades, elegir en qué vamos a poner el acento, apostar por lo esencial, dejarse de insensateces y decidir hasta la forma en que debemos asumir nuestra Historia.
Y yo de todo eso, no escucho nada.
Por cierto… Feijóo debería tener muy claro que, para llegar a acuerdos con Sánchez, hay que haber sido ser golpista o terrorista.
Ignorarlo, sólo conduce a la melancolía.