Mes y medio después de la caía de los barrios rebeldes de Alepo, miles de personas que decidieron quedarse o volvieron, cuando las tropas gubernamentales ocuparon el este de la ciudad, sobreviven como pueden en el rudo invierno: sin agua, sin comida, sin electricidad… y en medio de las ruinas.
Alepo, antes de la guerra era la ciudad más poblada de Siria. Situado al este, el distrito Al- Kalasa, sufrió los peores bombardeos en cinco años de guerra, hasta que quedó en manos del ejército de Assad en diciembre.
Al Mouassassi es una de sus callejuelas. Tiene apenas cien metros de largo. Antes estaba llena de comercios y acogía a un vecindario de clase media.
La familia Batash se instaló aquí en los ochenta. El padre de Eymad construyó una de estas casas para sus diez hijos. Como en casi todas las familias de Aleppo, la guerra es sinónimo de muerte, división, exilio y violencia. Eymad Batash recuerda que “el primer proyectil de mortero cayó en el cementerio, fue al principio de la guerra. La gente se asustó mucho porque era la primera vez que oíamos una explosión así. Mucha gente huyó y nosotros les seguimos pocos días después. Estuvimos fuera dos meses, luego volvimos y nos hemos quedado aquí hasta ahora. Nos hemos acostumbrado a la guerra.”
Su hermana, Heyam huyó de las bombas del ejército y del acoso de los rebeldes y se refugió con sus hijos y nietos en Hamdaniyeh, uno de los barrios del oeste de Alepo, controlado por las tropas del gobierno. Ahora ha vuelto y comparte dos habitaciones con su hija y sus nietas, en el bajo de la casa de la calle Mouassassi. “Usamos madera para calentarnos. Recibimos ayuda. Nos dan pan gratis cada día y así vamos tirando. Espero que las condiciones de vida mejoren y que, gracias a Dios, venzamos a estos terroristas y el país vuelva a ser lo que fue”, dice.
Heyam es más proclive al régimen de Assad ya que parte de su familia perteneció al ejército. Pero uno de sus primos se pasó al lado rebelde. La guerra civil se llevó a su marido, a su cuñado, ha diezmado a su familia. Heyam y Eymad, han decidido vivir entre las ruinas – dicen – porque es lo único que les queda.