Durante siglos han sido consideradas como bellísimas creaciones artísticas, capaces de generar en el interior de las catedrales un ambiente «celestial» de luz y color, que transportaba a los feligreses a un estado adecuado de meditación y misticismo. En definitiva, lograban evocar en la tierra la imagen de la Jerusalén Celeste mencionada en las escrituras sagradas. Sin embargo, un reciente estudio realizado por un científico de la Universidad Tecnológica de Queensland (Australia) ha demostrado que las vidrieras medievales, además de su indudable belleza, ocultaban una sorprendente característica técnica. Según el investigador Zhu Huai Yong, experto en ciencias de los materiales, estas centenarias obras de arte en vidrio coloreado pueden considerarse auténticos fotocatalizadores dotados de nanoestructuras capaces de purificar el aire existente en el interior de los edificios religiosos.