La claustrofobia (del latín claustrum -cerrado- y el griego φόβος, -fobia, miedo-) está considerada, por el Manual diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV, 1994), como una fobia específica dentro de los trastornos de ansiedad. Al ser un miedo a los espacios cerrados, aquellos que la padecen suelen evitar los ascensores, los túneles, el metro, las habitaciones pequeñas, el uso de técnicas de diagnóstico médico como el TAC o la RMN. Y es que la persona claustrofóbica no tiene miedo al espacio cerrado en sí mismo, sino a las posibles consecuencias negativas de estar en ese lugar, como quedarse encerrado para siempre o la asfixia por creer que no hay suficiente aire en ese lugar. La mayoría de los espacios pequeños y cerrados suponen un riesgo de quedarse encerrado, como en un ascensor, y una limitación de los movimientos, por lo que las personas con claustrofobia pueden sentirse muy vulnerables al limitarles de esa forma los movimientos.