Un perfil, tal vez un peinado, o una manera de cruzar las piernas. Acaso el tono de la voz. Con esa información mínima, ellos nunca yerran. La prodigiosa memoria de los camareros tradicionales de la ciudad de Buenos Aires, para quienes anotar los pedidos es una suerte de herejía, fue estudiada por un grupo de científicos argentinos. Y después de recorrer algunos de los bares emblemáticos, concluyeron que los mozos, como les dicen aquí, le deben su infalibilidad a una técnica mixta: combinan el reconocimiento de algún rasgo fisonómico del consumidor con su ubicación en la mesa. Los investigadores, en su informe final, publicado en la revista inglesa Behavioural Neurology, bautizaron esta destreza con el nombre de Método Tortoni, en homenaje al café más antiguo de esta ciudad y donde realizaron parte de sus experimentos.