El terrorismo deja profundas huellas en las sociedades donde golpea. Unas son muy visibles: heridos y asesinados, daños materiales, amenazas, polarización política. Otras quedan más ocultas. Tienen que ver por ejemplo con el impacto de los atentados a lo largo del tiempo en las familias afectadas. Hoy hay una nueva generación que no había nacido o que tenía corta edad cuando ETA, cuya violencia marcó durante décadas la historia de España, dejó de matar, en 2010. Pero demanda saber por qué hay casi 1.500 personas a las que diferentes bandas terroristas quitaron la vida en nuestro país desde la década de 1960 y hasta fechas recientes. La mayoría fue a manos de ETA, pero entre los perpetradores hubo también yihadistas, de ultraderecha, extrema izquierda y parapoliciales.