Cuando cae la tarde, la parvada de cuervos que habita en los cedros del cementerio Greenwood de la ciudad de Renton, en Washington, comienza sus piruetas de bienvenida a la noche. Entre sus graznidos muchos juran que claramente se escucha: “Excuse me while I kiss the sky” (“Discúlpame mientras beso el cielo”), pues justo revolotean sobre el monumento donde reposan los restos de Jimi Hendrix, uno de los máximos tótems del rock.