No se me ocurren muchos juegos que hayan conseguido entender el potencial de una fantasía de poder mejor de lo que lo hizo X-Men Origins: Wolverine, y ahora que la película de Deadpool y Lobezno está en boca de todos, es el mejor momento para recordar hasta qué punto este juegazo salvaje nos dejó a todos con la boca abierta.
Aunque para muchos el nombre tiene cierto sabor agrio por cómo se desarrolló la película y el controvertido enfoque que tomó no sólo con el héroe, sino también con el papel de Ryan Reynolds como Deadpool, lo cierto es que los desarrolladores de Raven Software consiguieron sacar oro con el molde que tenían.
Por primera vez en la historia del videojuego, ser Logan realmente se sentía como tal, dando sentido a todos sus poderes y, especialmente, al reto de diseño que implicaba plantarnos ante un personaje inmortal y que pese a ello hubiese un desafío capaz de estar a la altura de las circunstancias.
Si bien es cierto que X-Men Origins: Wolverine está lejos de ser un juego perfecto, lo conseguido por el equipo que luego se embarcaría en un viaje eterno como equipo de apoyo a Call of Duty consiguió demostrar el potencial del personaje en una aventura en la que la fantasía de poder lo era absolutamente todo.
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