Carlos Alcaraz debe ser el elegido. Si es que hubiera uno, no hay forma de que el aura no se haya abrazado a su raqueta. Ya había avisado cuando ganó el Abierto de Estados Unidos y se convirtió en el número uno del mundo más joven de la historia del ranking ATP. También lo hizo aquel domingo de julio en el que derrumbó a Novak Djokovic, el más humano de los dioses del tenis, para consagrarse nada menos que en Wimbledon. Ahora ya no queda espacio para dudas: esta vez levantó la Copa de los Mosqueteros en Roland Garros después de una batalla física y mental ante el alemán Alexander Zverev en la que prevaleció por 6-3, 2-6, 5-7, 6-1 y 6-2.
Crédito: Roland Garros