Lavarse las manos hasta que sangraran, comprobar obsesivamente que las ventanas estuvieran cerradas, comer sola por miedo a contaminarse: toda la vida de Amber Pearson estaba dominada por su trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pero ese calvario es cosa del pasado, gracias a un revolucionario implante cerebral que también trata su epilepsia.