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Estamos en Mallorca, en Palma, en el centro de la ciudad, en la azotea del Hotel Inside Palma Center, rodeado de edificios que configuran el estrecho entramado de calles de la almendra central de esta ciudad. Desde esta azotea nadie diría que Palma tiene un problema con la vivienda. Las casas se extienden en frente, a mi derecha, a mi izquierda, y, en cambio, Palma es el ejemplo de lo difícil que es encontrar un piso con un alquiler asequible. Ya lo contamos en Málaga, el lunes, cuando hablábamos de turismo, no hay pisos para que los que viven aquí puedan alquilar, y en Mallorca se añade al tema de los precios y del turismo, la insularidad. Es lo que se conoce como una ciudad que forma parte de la España tensionada.
Ayer, en el Senado se aprobó la primera ley de vivienda de la democracia, precisamente la que tiene que imponer límites a los alquileres en las zonas más tensionadas de algunas ciudades, y esta en la que nos encontramos, hoy en Palma, es una de ellas. Ahora queda ver qué pasa con su aplicación y cuánto se nota, porque siendo una iniciativa indispensable, y es inconcebible que en este país hasta hoy no hayamos tenido una norma en este sentido, tiene todavía algunos agujeros y uno de ellos es precisamente la regulación de los pisos turísticos. Así que hoy, en esta nueva etapa de nuestra gira en campaña electoral, vamos a hablar de vivienda, vamos a hablar de la España tensionada.
Pero no solo, y es que a ayer lo que se vivió tanto en el Congreso como en el Senado, a cuenta de las listas de Bildu, ya sobrepasó todos los límites. Pensábamos que nada podía superar la frase de Feijóo a Sánchez, el martes en el Senado, cuando le acusó de ser más generoso con los verdugos que con las víctimas. Pensábamos que nada podía superar el coro afirmativo y jocoso en el Congreso, por parte de la bancada del PP, cuando Sánchez le preguntó a Cuca Gamarra si repetiría la frase de Rajoy a Zapatero, acusándole de traicionar a los muertos, o el mismo tremendo cor