Pablo Iglesias, que es más pesado que un collar de melones, ha anunciado con solemnidad de obispo, que se marchará de España el día que VOX entre en La Moncloa.
Tal como pintan las cosas y viendo las encuestas en las que el centroderecha gana cada día terreno, a mí me da que tendría que hacer las maletas a finales de año, pero no caerá esa breva.
Este y su cuadrilla se han acostumbrado tanto a vivir del presupuesto, que ya no nos los sacamos de encima ni con disolvente.
Perderán las elecciones, tendrán que dejar los ministerios, pero seguirán ahí, chupando del bote, en el Ibex 35, en fundaciones y organismos públicos, en las Universidades o en lodazales como la Cadena SER.
De momento, tras dos intentos fallidos, ha pillado plaza de profesor adjunto en la Facultad de Ciencias Políticas.
La misma en la que él y Monedero proponían a las alumnas más tiernas irse juntos al baño, a ‘refrescarse’.
Cuentan que en la primera clase ya dejó sentado que lo mejor de China, es que ‘allí no hay elecciones y se puede planificar’.
Supongo que en la segunda elogiará las chekas, los campos de concentración y la tortura como métodos infalibles para acallar la disidencia en el tipo de régimen que a él le gusta y tanto fascinó a su padre, el del FRAP.
En la reaparición de Iglesias he notado cuatro cosas: una es que luce más aseado que antaño; otra, que cada día es más dogmático; la tercera es que no tiene ni pizca de sentido del humor; y la cuarta es que sigue igual de chuleta y sin verlas venir.
A propósito de su amenaza sobre marcharse de España, parece que no se ha enterado de que no es VOX quien lo pone mirando a Caracas, sino su cómplice Pedro Sánchez.
Y tiene coña el asunto, porque Sánchez le debe el puesto y hasta el colchón donde duerme con Begoña.
Pero resulta que el líder del PSOE se ha conjurado con la comunista Yolanda Díaz, que adeuda al antiguo coletas hasta el tinte del pelo y la manicura, para reducir Podemos a la nada de aquí a las generales.
Hubo un tiempo en que decenas de periodistas, tertulianos y columnistas fascinados por la supuesta ‘inteligencia superior’ de Iglesias y su cuadrilla, hacían la ola a Podemos.
Los muy majaderos equiparaban al cónyuge de Irene Montero con Felipe González, disculpaban incoherencias como el chalet serrano, obviaban sus azotes a Mariló y hasta pasaban por alto que no hubiera amiga íntima suya que no acabara con un opulento cargo oficial.
Hoy, incluso esos cretinos, lo miran con desprecio. Como hacen el socialista Sánchez y la teñida Yolanda.
No hay pecado mortal peor que la ingratitud.
Tiene que doler… Pablito.