Fue Dios el que les dio el nombre de cristianos.
¿Cuándo y dónde los discípulos fueron llamados por primera vez “Cristianos”?
Libro de Hechos 11:19 al 26; y 13:1 al 3.
El Evangelio fué públicamente enseñado en Antioquía por ciertos discípulos de Chipre y Cirene, quienes entraron “anunciando el evangelio del Señor Jesús.” “Y la mano del Señor era con ellos;” su fervorosa labor producía fruto, pues “creyendo, gran número se convirtió al Señor.”
“Y llegó la fama de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía.” Al llegar a su nuevo campo de labor, Bernabé vió la obra hecha allí por la gracia divina, y “regocijóse; y exhortó a todos a que permaneciesen en el propósito del corazón en el Señor.”
La obra de Bernabé en Antioquía fué copiosamente bendecida y aumentó allí muchísimo el número de fieles. Al prosperar la obra, sintió Bernabé la necesidad de ayuda conveniente a fin de avanzar por las puertas abiertas por la providencia de Dios; y así se fué a Tarso en busca de Pablo quien, después de salir de Jerusalén algún tiempo antes, había estado trabajando en las comarcas de “Siria y de Cilicia,” anunciando “la fe que en otro tiempo destruía.” Gálatas 1:21, 23. Bernabé encontró a Pablo y le persuadió a que volviese con él como su compañero en el ministerio.
En la populosa ciudad de Antioquía, halló Pablo un excelente campo de labor. Su erudición, sabiduría y celo influyeron poderosamente en los vecinos y forasteros de aquella culta ciudad, de manera que Pablo proporcionó precisamente la ayuda que Bernabé necesitaba. Durante un año trabajaron ambos discípulos unidos en fiel ministerio, comunicando a muchos el salvador conocimiento de Jesús de Nazaret, el Redentor del mundo.
Fue en Antioquía donde los discípulos fueron llamados por primera vez cristianos. El nombre les fue dado porque Cristo era el tema principal de su predicación, su enseñanza y su conversación. Continuamente volvían a contar los incidentes que habían ocurrido durante los días de su ministerio terrenal, cuando los discípulos eran bendecidos con su presencia personal. Se explayaban incansablemente en sus enseñanzas y en sus milagros de sanidad. Con labios temblorosos y ojos llenos de lágrimas hablaban de su agonía en el jardín, su traición, su juicio, y su ejecución, de la paciencia y humildad con que había soportado el ultraje y la tortura que le habían impuesto sus enemigos, y la piedad divina con que había orado por aquellos que lo perseguían. Su resurrección y ascensión, su obra en el cielo como el mediador del hombre caído, eran temas en los cuales se gozaban en explayarse. Bien podían los paganos llamarlos cristianos, siendo que predicaban a Cristo, y dirigían sus oraciones al Padre por medio de él. Fué Dios el que les dió el nombre de cristianos. Este es un nombre real, que se da a todos los que se unen con Cristo. En cuanto a este nombre Santiago escribió más tarde: “¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los