Sánchez ha sacado adelante la llamada Ley de Memoria Democrática, que faculta a un condenado por terrorismo, apellidado Otegi, a reescribir la ‘historia oficial’ de nuestro último siglo.
A partir de ahora y con la norma en la mano, esta chusma podría cerrar un medio de comunicación como Periodista Digital, por sostener que la II República fue un espanto cargado de ilegalidades y crímenes o hasta meterme en la cárcel y freírme a multazos por decir algo tan obvio como que el PSOE y los comunistas se hartaron de matar inocentes hace 86 años.
O que el socialista Largo Caballero fue el principal responsable de la Guerra del 36, que eran guardaespaldas de un ministro del PSOE los asesinos del opositor Calvo Sotelo y que Santiago Carrillo fue un carnicero sin escrúpulos.
Es la penúltima ignominia de un presidente inepto, capaz de bailar sobre la tumba de sus compañeros de partido, tiroteados por los compadres de esos bilduetarras que le ayudan a mantenerse en La Moncloa.
Estos majaderos extienden sus ‘crímenes franquistas’ hasta 1983, cuando Franco llevaba ya ocho años criando malvas, la Constitución tenía un lustro de vigencia, Felipe González residía en La Moncloa y los terroristas de ETA –a los que consideran cosa del pasado y con los que pactan presupuestos y reformas laborales- asesinaban una media de 50 españoles al año.
Ha aprobado Sánchez su engendro con los votos a favor de los proetarras de Bildu y de los separatistas de ERC y con los votos en contra de VOX y del PP.
Y alegan indignados algunos populares que ese bodrio deslegitima la Transición, ningunea a las víctimas de ETA e impone una verdad oficial al estilo soviético.
Añaden que derogarán el delirio legal cuando lleguen al poder.
Y ahí vamos. Porque Feijóo y los máximos dirigentes del PP no han dicho ni mus y solo hablan de inflación e impuestos.
En 2011, con una mayoría absoluta de 186 escaños, Rajoy no derogó la infame Ley de Memoria Histórica de Zapatero, porque no quería meterse en berenjenales y era alérgico a la batalla cultural.
No me entra en la cabeza que Feijóo pueda incurrir en la misma insensatez, pero debemos estar alerta y presionar, porque está en juego nuestra libertad.
Antes de irme, dos reflexiones en voz alta:
¿No han notado que Vara, Lamban, Page y resto de barones autonómicos socialistas no dicen ni esta boca es mía?
¿No les choca que Felipe González, de quien Pablo Iglesias afirma que tiene el pasado manchado de cal viva y cuyo GAL van a escudriñar los verdugos etarras, sigue callado como una puerta?