En Moncloa tienen un ataque de cuernos de los de ovación y vuelta al ruedo, nunca mejor dicho. Ya hemos hablado en los últimos días de las 'cagadas', sí, 'cagadas', de ese abogado de medio pelo venido a más, el tal Félix Bolaños, convertido por obra y gracia de la Providencia, del azar, de la casualidad, de la concatenación de los planetas y qué sé yo de cuántas cosas más en ministro de la Presidencia y en responsable, entre otras muchas cosas, de liderar la comunicación política del presidente del Gobierno. Desconocemos su pericia como abogado, pero de esto ha quedado ya acreditado que no tiene ni idea.
Hagamos balance de su última y 'revolucionaria' campaña para potenciar de una forma estratosférica la imagen del presidente del Gobierno; con más de treinta actos de aquí a final de año y multitudes que iban a romperse las manos por doquier 'aplaudiendo' a Pedro Sánchez. Al final, lo que ha quedado del bodrio han sido tres o cuatro 'ideas fuerza', sí, pero no las que deseaban estos aprendices de propagandistas de pacotilla: '¡Qué te vote Txapote!', 50 ciudadanos haciendo el ridículo como si hubieran sido elegidos al azar, hasta el peloteo del cabecilla del 'Soviet de Sainz de Baranda', el pobre Fortes: ¿'Bien, no, presidente'?
¿A qué viene esto en la jornada del funeral solemne de la Reina Isabel II? Viene a que desde hace semanas los servicios de la incompetente comunicación monclovita se han dedicado a poner palos en las ruedas a la presencia en Londres del Rey Padre, Juan Carlos I, que había expresado desde el minuto cero su deseo de ir. Fue decirlo don Juan Carlos y salir raudo el tal Bolaños a decir que de ninguna manera; que el jefe del Estado es su hijo, el Rey Felipe VI. ¿Y qué? Pero si todos saben que la Monarquía les importa una higa porque como han repetido hasta la saciedad, lo que quieren es otra República, la III, es decir, una reedición del régimen, con minúscula, más asesino e ilegítimo de la historia de España.
¡No va a ir al funeral!, dijeron estos chiquilicuatres. Pues ahí lo tienen. Otras cosas son otras cosas, y el único punto que escapa al respetable, salvo al padre y al hijo, que lo son, es cómo don Juan Carlos y don Felipe VI le ponen -entre ellos exclusivamente- el cascabel a ese gato.