Con lo que a Pedro Sánchez le gusta viajar en Falcon, cuesta creerse que el próximo 19 de septiembre no se encarame al jet, que pagamos todos y salga pitando hacia Londres.
El funeral de Isabel II cae en lunes, se celebra en la Abadía de Westminster, habrá cientos de cámaras de televisión, una legión de fotógrafos y allí lucirá palmito la ‘creme de la creme’ de los mandamases mundiales, incluido el norteamericano Biden.
Entre los 2.000 privilegiados, estará hasta el Rey Juan Carlos, primo de la fallecida, a quien ha invitado personalmente su pariente Carlos III.
Desde La Moncloa, andan filtrando que es precisamente este detalle lo que hace complicado que Sánchez pueda asistir a las exequias, pero es mentira.
Si el socialista Sánchez no va a la ceremonia, es porque el protocolo de Windsor -si lo ha invitado que bno lo se- lo pondría en las filas postreras, en la zona de los plebeyos y allí, detrás de las columnas, no chupará mucha cámara ni aunque la sumisa RTVE destaque un equipo, con el lechero Fortes al frente, para seguir sus pasos.
Primero entrará en el templo la Familia Real británica, seguida de los reyes reinantes y de los jefes de Estado.
Tras ellos, un segundo grupo de monarcas no reinantes y miembros de dinastías en el exilio, entre quienes van Don Juan Carlos y Doña Sofía.
Técnicamente, no hay posibilidades de una foto o una toma de televisión en la salgan juntos Felipe VI y su padre.
Tampoco del emérito con el narcisista líder del PSOE.
Y a eso vamos.
No se traguen las bolas que suelta la Factoría Moncloa.
Sánchez, en su infinita soberbia, querría la primera fila y como no toca, se cabrea como un mono y dice que no va.
Y eso que en Westminster no hay riesgo de que le abucheen o le saquen el cartel de ‘que te vote, Txapote’.
Por cierto: viendo la apabullante y pringosa cobertura que los medios de comunicación españoles, públicos, privados y concertados, están dando a todo lo relacionado con la muerte de Isabel II, a uno le entra la ruborizada sensación de que somos un país muy, muy, muy cateto.