En España, cada día, hay más gente enfadada. Y con razón.
Porque quien no llega a fin de mes, ha tenido que renunciar a sus vacaciones y observar que, mientras paga un 50% más que el año pasado por los alimentos o la electricidad, Pedro Sánchez y sus cuadrilla se dedican a pasear en Falcon y lanzar decretos para que no usemos ni el aire acondicionado.
A la escalada de precios, que no parece que vaya a frenarse, se suma ahora la preocupación por el empleo.
Por primera vez en la historia se han destruido puestos de trabajo en julio y eso pinta fatal. Las empresas españolas entran en quiebra por decenas. Se ha pinchado el globo de la recuperación de la que presumían Nadia Calviño, Yolanda Díaz y compañía. Y viene la subida de las hipotecas.
Con ese panorama, los españoles tienen que soportar que el presidente del Gobierno exija ‘solidaridad’ a la ciudadanía mientras él gasta millonadas, derrocha queroseno y coloca a dedo a sus amigos en puestos con sueldos de lujo. Parece una tomadura de pelo y lo es.