El Gobierno de España, con su presidente a la cabeza, se ha instado ya abiertamente en el 'matonismo' parlamentario: crispación, chulería a la hora de contestar a la oposición, y un indisimulado desprecio de Sánchez a la hora de rendir cuentas ante la Cámara y los representantes del poder legislativo.
Pedro Sánchez bordea el desacato, por muy presidente que sea, al responder con desprecio a Cuca Gamarra, recordando escándalos del PP de hace más de veinte años, o al ningunear a Edmundo Bal, al que trata como un fracasado electoral, y al enfrentarse al bravo diputado navarro Sergio Sayas, al que recrimina que le hayan 'echado de su partido', como si a el no le hubiera recurrido tal cosa cuando el 1 de octubre de 2016 sus compañeros del Comité Federal del PSOE le pusieran en la calle tras intentar colocar una urna 'fake' tras un visillo para forzar una votación 'exprés' en la que fuera respaldado como secretario general.
El aún presidente se comporta así porque es débil y no contempla un futuro personal más allá de La Moncloa; no sabe qué será de él 24 horas después de que las urnas le expulsen del lugar que ocupa y tenga que vivir ya sin poder, con el frío que ello supone.