Como todos los días, a las cinco de la mañana, Elmer Lorenzo planta su tienda ambulante en el paradero de Puente Nuevo, en el céntrico distrito limeño de El Agustino. Aún sin luz, pronto ve, perplejo, que en lugar de los autobuses que suelen abrumar la carretera hoy hay policías, militares y filas de gente sorprendida por el toque de queda ordenado horas antes por el Gobierno.