#HugoPereira #PeriodistaDigital #AlfonsoRojo
Fíjense que tenemos un Gobierno de socialistas y comunistas que desde que llegó a La Moncloa no hace más que dar vergüenza ajena, acabar con derechos y libertades, con la separación de poderes, destruir el Estado de Derecho, la economía a nivel macro, también la economía familiar… pero lo que hemos visto esta semana por parte de los socios de Pedro Sánchez, los socios separatistas catalanes, es una auténtica línea roja que han cruzado y que en un Estado que se dice democrático, con garantías legales y desarrollado nunca se debería haber producido.
Y si se produjo fue gracias a la permisividad de un Gobierno de España que solo tiene un adjetivo que lo define: miserable.
Me estoy refiriendo, como ya habrán sospechado, a la cacería humana que un pobre niño de 5 años y su familia están sufriendo en Canet por parte de unos violentos e inhumanas bestias, que dicen ser nacionalistas-separatistas catalanes, pero que cuyas formas y modus operandi manifiestan la mayor degradación del ser humano que, aunado a la falta de libertad y seguridad que va in crescendo en Cataluña y, por tanto, en España, no dudan, y así se le permite, exhibir las más infames técnicas de señalamiento, amenaza y ejecución nazi. Repito, nazi.
Fíjense, lo que está ocurriendo en Cataluña e, insisto, por tanto en España, es el retrato de una sociedad, la catalana, que está sometida al más brutal e ignominioso yugo de un nacionalismo completamente liberticida, que es firme promotor de una segregación racial, que está basado en una teoría y hechos idílicos cuando no manipulados, tergiversados o directamente inventados (que si república catalana; que si Miguel de Cervantes y William Shakespeare eran la misma persona, y además catalanes; que si Santa Teresa de Jesús era de Barcelona; que si la nación catalana nace en el siglo VII antes de Cristo o que si Colón era catalán… estas son teorías pronunciadas por teóricos separatistas catalanes) y, además, saben que para lograr la absoluta supeditación de los catalanes a su absurdo designo no cabe otra forma que recurrir a la amenaza, para infundir el temor, cuando no imponer violentamente sus ideales pero, sobre todo, usar a los niños.