El océano semántico de las noticias falsas

2020-01-24 29

Madrid, 24 ene (EFE).- Que las noticias falsas (y las falseadas) son una de las principales amenazas para los sistemas democráticos y que su detección es uno de los grandes retos para los profesionales de la comunicación parece evidente a estas alturas.
Y también lo es que, como ante tantos otros fenómenos, hemos comprado para designarlo un anglicismo que puede llevarnos a banalizar su significado: eso de fake news suena menos contundente que los términos falsedad, desinformación, mentira, trola o paparrucha, por citar solo algunos. No solo eso, sino que además es absolutamente prescindible porque cuenta con innumerables alternativas en español.
En la Fundéu hace ya mucho que propusimos noticias falsas o falseadas como principal alternativa al omnipresente anglicismo fake news.
Ya en su momento explicamos que esas dos expresiones aportan matices distintos: una noticia falsa puede serlo porque falte a la verdad de forma involuntaria o porque lo haga de manera premeditada. En este último caso es más preciso hablar de noticias falseadas, expresión que indica a las claras que la adulteración se ha producido adrede.
UN OCÉANO PLAGADO DE CRIATURAS
Pero esas no son las únicas alternativas. El campo semántico relacionado con este asunto es más bien un vasto océano plagado de criaturas no siempre recomendables y a menudo francamente monstruosas.
La palabra más general, la especie más común, es la simple mentira (‘cosa que no es verdad’), una voz directa, clara y de sencilla comprensión, que —quizá por eso— se evita a menudo en el lenguaje políticamente correcto y se sustituye por el insulso adjetivo incierto («Eso de que yo tuve algo con tu novio es incierto», se oye a menudo en los programas del corazón).
Pero existir, las mentiras existen. Se mueven, impulsadas por la mendacidad de algunos (‘hábito o costumbre de mentir’), a través de las aguas revueltas de la desinformación (‘acción de dar información intencionadamente manipulada al servicio de ciertos fines’), de la manipulación (‘intervención con medios hábiles y a veces arteros en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares’) y de la posverdad.
Esta última es una de las voces que se ha incorporado más recientemente a esta fauna abisal, y lo ha hecho, como tantas, procedente de las aguas del inglés (post-truth), para designar la ‘distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales’. El ejemplo de uso que incluye el Diccionario lo deja claro: «Los demagogos son maestros de la posverdad».
En esas simas se mueven a sus anchas, además de la simple mentira, la impostura (‘fingimiento o engaño con apariencia de verdad’), la falsificación (‘algo falso o falto de ley’), la simulación (‘representación de algo, fingiendo o imitando lo que no es’) y la falsedad (‘falta de verdad o autenticidad’), todas ellas primas hermanas.

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