América Latina cierra otro calendario con una mezcla de ilusiones, procesos y metas que tuvieron diferentes respuestas a los pueblos del continente. Más allá del balance, que entiendo depende de la perspectiva de quien lo haga, respetuosamente les convoco en estas épocas navideñas a reflexionar sobre los procesos que nos llevaron a los resultados obtenidos. Es tiempo para darle paso a la esperanza, de ver lo positivo en mitad de las tormentas inocultables que se robaron algunas ilusiones pero que también señalan rutas de esperanza.
Hago siempre este ejercicio cuando veo hacia atrás y busco los siguientes desafíos a enfrentar. Busco la lección que la vida me va dando y que, estoy seguro, nuestros pueblos pueden aprender si toman conciencia que cada día vivido es una fuente interminable de enseñanza. Depende de quien la reciba y cómo la asimile y si lo que se deriva de cada instante se convierte en lección o en castigo.
Hoy en el cierre del 2019, debemos meditar sobre casos como el de México que concluye el año con un promedio de tres mil asesinatos por mes, observamos la convulsión en Bolivia ante la intempestiva caída de Evo Morales, no olvidamos la aún inexplicable violencia vandálica en Chile, o las violentas manifestaciones en las calles de Colombia, quedamos sorprendidos ante la inmadurez del electorado argentino que ha elegido el retorno del populismo Kirchnerista y nos alegramos ante la victoria de Lacalle Pou en Uruguay.
Estas son tan solo algunas piezas del complejo e impredecible ajedrez político de la región. En estos casos y en muchos otros, más importante que los resultados de la movilización social o los resultados electorales citados, ha sido la motivación que subyace en cada proceso.
Concretándonos a revisar resultados y superando la influencia de las redes sociales y su imponderable poder de distorsionar la realidad, debemos acudir a los resultados principales y secundarios, para así entender dónde están los factores que distorsionan los procesos sociales. Es parte de un ejercicio colectivo que nos debería ubicar, aun en un momento tan espiritual como estas fechas navideñas.
Cierto, Hay que encender el bombillo de lo emocional y lo positivo, encender la luz de la esperanza y darnos el permiso para soñar con una Latinoamérica próspera, con futuro y con grandes expectativas, pero no es responsable invisibilizar la ebullición social que nos afecta.
Debemos estar conscientes de algo: Todo aquello que se sobrepone mañosamente a la ley y que rompe las reglas del ordenamiento social, es un riego para la estabilidad democrática. Sin justicia, no hay ley; sin respeto a la ley, hay humillación del ser social, y con ese sentimiento de abuso y manipulación vemos como el 2019 deja obscurecer más que brillar su legado.
Queda claro, la protesta se volvió un paso obligado en la cotidianidad del hemisferio. Ha de ser porque cada día son más evidentes las falencias nacidas en el olvido del prójimo, tal y como se ha visto en Venezuela, Bolivi