Melania Knauss -su apellido de soltera-, entra en escena, ya como mujer del presidente, con dos propósitos firmes: el primero, su anunciada lucha personal contra el ciber acoso en las aulas y, el segundo, de momento a la vista, el de emular el glamour y la elegancia de Jacqueline Kennedy, con un vestuario casi idéntico. Preocupación por la imagen que no por el arte, impronta de su referente que se mantiene en algunas estancias de la Casa Blanca a pesar de estar poco más de dos años.
Primera dama entrante, Melania Trump, que para muchos tendrá otra en la sombra, su hijastra Ivanka, mano derecha de su padre en los negocios y, ahora, también, en el despacho Oval. Por delante de Melania, un legado impecable, según analistas. El de Michelle Obama, "madre en jefe", como se ha autodenominado, a la que no sólo hemos visto bailar, cantar o fomentar una vida sana con una telegenia que supera en popularidad a la de su marido; también ofreciendo discursos combativos contra Trump que han dado pie, incluso, a que se hable de ella como posible candidata demócrata en 2020. Horizonte que a punto ha estado de alcanzar Hillary Clinton. La primera mujer en disputar una carrera presidencial y la única con despacho propio y agenda sanitaria durante su etapa como primera dama. Activismo político sólo superado en su día, en su misma posición, por Eleanor Roosevelt, eso sí, dentro del contexto de la II Guerra Mundial. Perfiles rompedores para un título no oficial en 228 años de historia democrática estadounidense que sigue esperando a su primer caballero.