Cabría en el capítulo de solemnidades haber esperado tras el último verso de 'Els Segadors' a un president y un vicepresident fundidos en un abrazo. Pero uno ordena sus papeles y aleja su primer saludo, el otro mira el móvil. Sólo el estrecho margen de aire entre ambos hace unir sus manos en un apretón seco, distante. Propio entre dos hombres que 24 horas atrás apostaban por vías dispares. Uno la independencia, otro dudas y elecciones, y que claudicó ante la amenaza del primero de dejarlo solo Este es el abrazo que no hemos visto hoy y que sí se dieron en la investidura de Puigdemont, cuando avisó que esperásemos decisiones imprevisibles. Sucedía a Artur Mas el alcalde de Gerona, un periodista, filólogo, independentista de cuna, para ocuparse de lo que llamó la posautonomía, la preindependencia. Lo ha hecho hasta hoy, hasta el abismo compartido con Junqueras. El líder de Esquerra llegó a ser alguien con quien hablar, de suaves formas, sin salidas de tono. Católico de misa semanal y responsable de arrastrar a la antigua Convergencia a abrazar el secesionismo sin complejos para convertirse en el líder con mayor proyección política en Cataluña. Los dos han caminado al amparo de Carme Forcadell, exlíder de la ANC, incapaz de contenerse ante los no independentistas a pie de calle y presidiendo el Parlament.
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