A Vera y a Araceli les cambió la vida el mismo día, el 11 de marzo de 2004. La primera perdió a su padre, la segunda viajaba en el tren que estalló en Atocha. Ninguna tuvo secuelas físicas, pero las psicológicas se las han curado poco a poco. Las dos son, hoy, mucho más fuertes que hace 10 años.