Decenas de salvadoreños esperan el repique de las campanas de la iglesia de Texistepeque, el pistoletazo de salida para que 35 hombres, látigo en mano, se desplieguen por las calles. Con el látigo golpean indiscriminadamente a los espectadores para, dicen expiar pecados, a razón de uno por azote. Otro hombre interpreta a Jesucristo y se enfrenta a los diablos que van cayendo, postrados boca abajo ante su presencia. La tradición desapareció en 1932, pero fue recuperada en 1935 por Urbano Sandoval, un ciudadano de Texistepeque que reimpulsó el festejo religioso.