Hace sesenta años salió de aquí con el título de director bajo el brazo y aquí, a su Escuela de Cine ha querido volver para decirle adiós a la vida. La capilla austera, sin adornos, sólo el féretro y una pantalla que preside sus restos, igual que presidió su vida...una pantalla que proyecta imágenes de su trayectoria, de sus películas, la magia del cine presente hasta en su último suspiro. El primero en rendirle honores el presidente de la Academia. Su viuda, María Jesús, su esposa y compañera de siempre llega arropada por la familia y los hijos del cineasta que se resisten a ver lágrimas y tristeza en este homenaje. Para celebrarlo llegan amigos y compañeros, fieles admiradores. Actores y políticos de distinto signo que sólo Berlanga podía ser capaz de poner de acuerdo. Su huella perdurará siempre en todos los que aman en el cine.