La capacidad de un perro de relacionarse con otros seres en gran medida depende del material genético heredado de los padres y, sobre todo, del aprendizaje y la impronta en la fase de socialización. Por impronta o troquelado (imprinting) se entiende el proceso por el cual un miembro de una especie dada adquiere preferencia por interactuar social o sexualmente con determinado tipo de individuos como consecuencia de la experiencia. Los primeros pasos de los perros durante sus encuentros con otros animales, bien sean de la misma especie o distinta, siguen unos esquemas de comportamiento relativamente estables. Los perros se comunican entre sí mediante señales corporales, sonidos y olores químicos. En los encuentros entre animales cualquier movimiento del rabo, de las orejas o de otras partes del cuerpo y cualquier sonido que emita el otro animal se interpreta según un lenguaje canino. La posición de las orejas y la cola nos dice mucho acerca de su estado anímico. El encuentro de dos machos que se desconocen es como un ritual: se acercan el uno al otro con pasos airosos y con la cabeza y la cola erguidas. Los perros más inseguros se empequeñecen agazapándose y levemente echando las orejas hacia atrás, mantienen la cola apretada entre las patas y no dejan que otro perro les huela por detrás, en cambio un perro dominante (denominado Alfa) se agranda erizando el pelo de la nuca y el espinazo, se pone rígido y tenso y clava en su antagonista la mirada. La mirada fija suele ser señal de amenaza: si un dueño mira fijamente a su perro, por regla general el animal desviará la mirada y se mostrará sumiso. Aquí es donde surge el problema con muchos animales. Hablar con lenguajes diferentes lleva en ocasiones a una mala interpretación de muchas señales. Esto puede derivar en reacciones agresivas.