Hasta que el escándalo saltó a la prensa, el Instituto Nacional de la Salud (NIH) de EE UU sólo había sido informado de 39 de los 691 experimentos fracasados con terapia genética en hospitales y universidades del país, pese a que la ley obliga a comunicar todos los incidentes de este tipo. Ahora se ha sabido que varios pacientes han fallecido después de someterse a tratamientos genéticos. Un hospital vinculado a la Universidad de Harvard suspendió sigilosamente un experimento tras la muerte de tres pacientes, hecho del que no informaron a la autoridad sanitaria. La terapia genética se ha convertido en una de las áreas de investigación más prometedoras de la medicina. El tratamiento de enfermedades mediante la inoculación de genes alterados, o de versiones correctas de los genes que el paciente tiene defectuosos, es un campo de trabajo muy activo en Estados Unidos, aunque por el momento no ha producido ningún resultado claro. Al mismo tiempo, las hipotéticas ramificaciones y el desconocimiento de las consecuencias de la alteración genética a largo plazo han motivado políticas de supervisión especialmente estrictas.Lo que ahora se revela es el oscurantismo -ilegal- en el que se desarrollan prácticamente todas las investigaciones en este país, según informó ayer The Washington Post. La razón del secretismo es puramente económica: los investigadores temen perder la financiación si comunican los fracasos, y las empresas farmacéuticas que costean los ensayos se niegan a que los médicos faciliten información sobre los productos que emplean, para proteger así la exclusiva sobre la fabricación del fármaco. Los productos y las técnicas de terapia genética pueden convertirse en una mina de oro para la industria farmacéutica en las próximas décadas.