José Vicente Aponte fue un niño precoz. Lo que más ama en la vida lo aprendió siendo muy pequeño: boxear y pintar. El primero le dejó muchas satisfacciones, pero un golpe en la cabeza que le propinó el entonces campeón mundial Carlos Enrique “morocho” Hernández le hizo comprender que este deporte no era la suyo, mientras que la expresión plástica no solo es su sustento sino su legado.
“Estoy en un ring donde no pierdo una pelea, el arte no tiene enemigos”, sentenció desde el boulevard de Sabana Grande, concurrido sector de Caracas en el que trabaja desde hace varias décadas.
“La comunicación perfecta es la calle, quien me ha enseñado es el público”, dijo orgulloso al referirse a la experiencia ganada en el movimiento urbano y en el que la gente se ha transformado en maestra de vida.