Hace casi tres décadas que el agujero de la capa de ozono no era tan pequeño como ahora. Desde que el pasado 11 de septiembre alcanzó los 19,6 millones de kilómetros cuadrados, dos veces y media el tamaño de Estados Unidos, su extensión no ha parado de disminuir.
El agujero es ahora similar al de 1988. Los científicos constatan que, en comparación con principios de siglo, la situación tiende a mejorar, gracias, en buena medida, a la prohibición en 1987 de las sustancias químicas que afectan a la capa de ozono, como los CFC. A eso se suma una subida de la temperatura en la atmósfera superior que ha impedido que los químicos cloro y bromo consuman el ozono.
La capa de ozono evita el calentamiento terrestre y nos protege de los rayos ultravioleta que producen cáncer de piel y daños en los cultivos, entre otros efectos nocivos.