Lugo, 18 oct (EFE).- La oleada de incendios en Galicia ha dejado su huella en numerosos lugares, también en el municipio de Cervantes, en el corazón de la sierra lucense de Os Ancares, donde las llamas han consumido una superficie de más de 2.500 hectáreas y donde creen que sin lluvias, las llamas continuarían.
No en vano, pese a las precipitaciones, hoy miércoles todavía sobrevuelan las montañas de la zona helicópteros de los equipos de extinción, para evitar que vuelva a brotar el fuego en unas laderas humeantes después de varios días ardiendo sin parar.
El zumbido de los helicópteros es la única nota discordante en la armonía que conforman los leves soplos del viento, unidos al correr de los arroyos y al tañir de los cencerros de las decenas de vacas que pasean por los caminos mientras sus pastores buscan nuevas zonas de pasto.
Frondosos bosques vestidos con los colores verdes, ocres y marrones del otoño se han tornado ahora en eriales negro carbón por el efecto de unas llamas que han devorado a su paso hayas, castaños y robles centenarios, en una zona protegida y hábitat de especies amenazadas, como el urogallo cantábrico -único lugar en Galicia donde se encuentra- o el oso pardo.
Mientras tanto, los vecinos de las pequeñas aldeas tratan de asimilar las consecuencias de la vorágine de fuego que, durante horas, amenazó con arrasar sus viviendas y puso en peligro sus vidas.
Antonio González, uno de los dos únicos habitantes de la aldea de Pando, ha tenido que ver cómo, a consecuencia del incendio, su casa ha quedado reducido a escombros, entre los que todavía brota un humo que envuelve lo que antes era su hogar.
Sin palabras para describir lo acontecido, recibe estos días las visitas de los medios de comunicación entre la conmoción por la pérdida y la incomprensión de cómo puede haber sucedido algo así.
"El que lo haya prendido, se ha quedado descansado", comenta por su parte Ascensión López, una vecina de otro núcleo poblacional en el que ha ardido una casa abandonada, símbolo del abandono de una región en la que cada vez queda menos gente y más anciana.
En los márgenes de las sinuosas carreteras que unen los distintos pueblos de Cervantes se acumulan piedras, ramas e incluso troncos, calcinados muchos de ellos, que dificultan el avance por unas carreteras ya de por sí rugosas y estrechas.
Por ellas es fácil cruzarse con paisanos que caminan para asistir a sus vecinos y para informarse del estado de cada uno de ellos.
Uno de estos es Ignacio Rodríguez, que, ante los restos de un tocón aún humeante, exclama: "Esto es una ruina. Ojalá no vuelva nunca".
"Sin lluvia no se pararían, si no viene la lluvia, esto no logran pararlo", añade, y da testimonio de un fuego "descontrolado", que recorría largas distancias por el aire a velocidades impensables y que, en cuestión de minutos, puso en riesgo a gran parte del municipio.
Los brigadas que participaron en los servicios de extinción también hablan de un incendio con una violencia inusitada