Cuando los estudiosos de la evolución humana intentan desvelar cómo vivían nuestros antepasados cuentan entre sus herramientas de trabajo con la observación meticulosa y paciente de las múltiples facetas de la vida diaria de los grandes simios, los parientes vivos más próximos de la humanidad. En las últimas décadas, los descubrimientos relacionados con el comportamiento primate han generado un aluvión de resultados tan inesperados que están produciendo profundas modificaciones en la visión tradicional del mundo primate. De hecho, hasta hace muy poco tiempo la mayoría de los expertos convenía en que estos animales, altamente sociales, organizaban sus vidas en torno al liderazgo de un macho dominante, agresivo y violento, mientras que las hembras formaban parte de un profuso harén que lo rodeaba y se comportaban de manera sumisa y pasiva. Las investigaciones modernas, sin embargo, muestran un panorama bien distinto: la vida social de los primates revela un rango muy complejo de opciones y una sorprendente diversidad. En la actualidad, un nuevo modelo ha captado la atención de los investigadores: las sociedades primates no siempre se encuentran controladas por machos. Pacientes observaciones del comportamiento de estos animales han puesto de manifiesto que no sólo la fuerza o el tamaño proporcionan a los individuos capacidad de control del grupo. La habilidad para valorar y manipular situaciones, esto es, la pericia para desarrollar estrategias de poder y liderazgo resultan fundamentales para mantener la cohesión entre los miembros de un clan. Así, factores como la edad, el temperamento, la historia de interacciones previas o el contexto social del momento presente, pueden jugar un significativo papel dentro de la complejidad interactiva de las sociedades de primates.