Ni un rayo de luz se cuela a través de la fría puerta de acero que aísla al presidiario del mundo exterior, una experiencia peculiar a la que se prestan los atrevidos huéspedes que pasan la noche en un hostal a las afueras de Bangkok.
Con cuartos minúsculos equipados con literas y cercados por barrotes, Sittichai Chaivoraprug trata de simular una prisión en su establecimiento "Sook Station" en el sureste de la capital tailandesa.