En la Universidad de Yale, un grupo de científicos realizan experimentos sobre un curioso y no muy estudiado tema: la moral en los bebés. En la edición de la revista del diario The New York Times del domingo 2 de mayo, Paul Bloom, uno de los investigadores involucrado en el estudio, escribió una descripción de sus investigaciones, que son, por cierto, entre las pocas que científicamente abordan el peliagudo tema en todo el mundo. Bloom trabaja en el laboratorio de su esposa y colega Karen Wynn, en el Centro para la Cognición Infantil en Yale, donde realizan investigaciones, además, con la estudiante de postgrado, Kiley Hamlin, quien es la autora principal de estos estudios. “Siempre me ha fascinado la idea de indagar en las cuestiones sobre cómo la biología evolutiva y la experiencia cultural conspiran para moldearnos en lo que es nuestra naturaleza humana". Uno de los temas más fascinantes en la psicología y la neurología moderna, de hecho, es la forma en que comprendemos la mente de los demás. Esa Teoría de la Mente, como se ha denominado, que nos concede la característica de poseer empatía es hoy estudiada a través del sistema de las neuronas espejo. A pesar de que muchos filósofos discuten que todo lo que tiene que ver con la moral es cultural, existe ya un grupo de evidencias que apunta hacia un rudimentario sistema de ética que, al parecer, nace con nosotros. Es por esta razón que la ciencia se dedica ahora a estudiarla en los más pequeñines. La psicología moderna nos ha devuelto a un bebé menos idiota que el que nos planteara Jean Jacques Roussseau en 1762. Bloom nos asegura que el motivo detrás de la persistencia de este mito es que los investigadores no sabían cómo estudiar la vida intelectual de los bebés. “Es un reto estudiar las habilidades cognoscitivas de cualquier criatura que no posea lenguaje, pero los bebés humanos presentan una dificultad adicional, porque, aún en comparación con las ratas o las aves, son limitados en sus conductas también; no pueden resolver laberintos ni picotear palancas”, expresó Bloom. En la década de los ochenta, los psicólogos iniciaron la investigación del intelecto del bebé estudiando sus ojos, específicamente, qué encuentran las miradas interesante y qué no. De hecho, contrario a lo que se pensó por muchas décadas, los bebés “tienen la misma concepción del objeto que los adultos, ellos piensan que son masas conectadas que se mueven como unidades sólidas sujetas a la gravedad y que se trasladan en caminos continuos a través del tiempo y el espacio”, explica Bloom en el Times. Más tarde, en 1992, Wynn descubrió que los bebés pueden realizar cálculos rudimentarios con objetos. Otros experimentos se han concentrado en el hecho de que los bebés parecen estar fascinados por los rostros; si le sacas la lengua a un bebé, es posible que te devuelva el gesto; de hecho, estudios realizados recientemente han descubierto que dicho sistema de neuronas espejo está ligado directamente a esta facilidad que tenemos algunos primates para imitar y para ponernos en los zapatos del otro. Los estudios neurológicos respecto al intelecto del joven cerebro humano señalan que venimos ya con el alambrado necesario que nos guía la atención hacia particularidades y nos permite, sobre todo, aprender. No se llega al mundo con un cerebro en blanco, el órgano viene preparado para muchas cosas y comenzamos a usarlo desde el primer día.