“Se necesita mucha fuerza para tomar la decisión final de hacerlo”, responde Alois, un jubilado suizo, de 75 años, al preguntarle sobre el suicidio asistido. Confiesa que lo acepta, pero que le resulta duro entender la decisión de personas que recurren a Exit, Dignitas o Eternal Spirit, tres de las asociaciones que en Suiza ayudan a quienes quieren terminar con su vida. “No creo que sea la salida más fácil. Todo lo contrario, al final, eres tú mismo el que debe tomar la dosis letal”, explica pensativo. Recuerda a una de sus compañeras en las clases de gimnasia para jubilados. “Era una mujer muy activa, tenía unos 78 años, trabajaba de camarera. Un día tuvo un accidente en su bicicleta y todo cambió. Empezó a tener problemas de equilibrio, su vida pasó a depender de un caminador. Poco tiempo después vino a despedirse. Iba a Exit”, relata. El suicidio asistido se practica desde los años 40 en el país alpino. La ley lo respalda y el Tribunal Federal suizo de 2006 estableció que toda persona en uso de sus capacidades mentales (sin tomar en cuenta si eran o no enfermos terminales) tiene el derecho a decidir sobre su propia muerte. Decididamente el caso suizo podría tildarse de “raro” en el mundo. Aparte de poder ejecutar la decisión del paciente que presente un certificado médico, ahora van un paso más allá. Exit, la asociación (que atiende únicamente a ciudadanos suizos o que vivan en el país legalmente) que más años de experiencia tiene en la práctica de los suicidios, ha aceptado incluir entre sus estatutos el compromiso “en favor de la libertad de morir ligada a la edad”, es decir, acompañar a ancianos -que aunque no padezcan enfermedades terminales sí están aquejados por otros males- a la muerte.