Holandés excarcelado: "Antes me gritaban puto violador y ahora me paran en el Mercadona"

2016-12-17 19

Palma, 17 dic (EFE). (Imágenes: Cati Cladera).- "Antes me escupían en la cara en la cárcel, me gritaban puto violador y ahora me paran en el Mercadona: 'por favor, ¿puedo hacerme una foto con usted? ¡Cómo no señora!' Yo era basura y ahora hacen cola para entrevistarme, de basura a estrella mediática... Qué raro es el mundo".

No es para menos. El holandés Romano van der Dussen, de 43 años, explica con rabia mezclada a partes iguales con tristeza que se ha pasado doce años y medio de su vida en siete cárceles españolas por una violación y dos intentos de violación que "nunca" cometió.

En unos días, Romano vivirá sus primeras navidades en Holanda, junto a su familia y su padre anciano, un viaje que teme: no quiere que le vean llorar porque su estado anímico es una montaña rusa. Con motivo de ese viaje ha concedido una entrevista a la Agencia Efe.

"Mi caso no fue un error, fue un montaje desde el principio; me condenaron como cabeza de turco" por la alarma social tras esta triple agresión cometida en la noche del 10 de agosto de 2003 en Fuengirola (Málaga) y con los casos de violación y asesinato de las muchachas Sonia Carabantes y Rocío Wanninkhof en la memoria colectiva.

Romano salió de la cárcel de Palma el pasado febrero, después de que el Tribunal Supremo anulara una de las tres sentencias porque el ADN no era el suyo, sino de Mark Dixie, un preso británico que en 2005 asesinó a una joven modelo inglesa de 18 años y que finalmente reconoció ser el autor del delito por el que Van De Dussen ha sido absuelto.

La Policía sabía desde marzo de 2007 que el ADN no era el del holandés, pero siguió entre rejas nueve años más. La sentencia de la Audiencia de Málaga dejó claro que no hubo ni dos, ni tres agresores: solo uno, por la brutalidad empleada, la cercanía de las calles y la hora y media entre el primer y el último ataque.

Pero la mala suerte no es eterna y la de Romano dio un vuelco. El lugar: San Antoniet de Palma, donde capuchinos y voluntarios reparten miles de kilos de comida al año a los que no tienen nada. El día: un viernes cualquiera. La persona: una mujer de mediana edad que acude a un grupo de reflexión. Ocurrió hace tres años.

La mujer visita a los presos periódicamente y escucha sus vidas rotas y le comenta al abogado del grupo de reflexión que hay un holandés que jura y perjura que es inocente. "Que me lo pida e iré a verle", respondió. Y fue a visitarle.

Francisco Juan Carrión, presente también en esta entrevista, comenzó a verle con frecuencia, mientras que su compañero en Madrid, Silverio García Sierra, desempolvó el caso, se puso a mover papeles y llevó el asunto al Supremo.

Tras lograr la libertad, ambos letrados, que no han cobrado y han hecho este trabajo por el placer de ayudar a un preso, persiguen ahora "limpiar totalmente su nombre".

"No soy culpable, mis testigos -con los que estuvo en una fiesta a 30 kilómetros de los hechos juzgados- jamás fueron interrogados por nadie, la Policía

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