Nairobi, 15 oct (EFE), (Imagen: Jèssica Martorell).- Asad nació entre chabolas de plásticos y palos que se alzan en pleno desierto en el norte de Kenia. Creció en Dadaab, el campamento de refugiados más grande del mundo, y, 25 años después, le obligan a volver a Somalia, un país del que su familia huyó por una guerra que continúa a día de hoy.
A seis semanas de que se cumpla el plazo fijado por el Gobierno para desmantelar el campamento por "cuestiones de seguridad", organizaciones como Médicos Sin Fronteras (MSF) se oponen y critican el programa de repatriaciones a priori voluntarias que Kenia y la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) han puesto en marcha.
Según una encuesta realizada por MSF, ocho de cada diez refugiados aseguran no querer volver a Somalia. Tienen miedo de la falta de asistencia sanitaria, la violencia sexual y el reclutamiento forzado por parte de grupos yihadistas como Al Shabab, filial de Al Qaeda.
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