La mayoría de los paleontólogos creían hasta hace poco que los neandertales y los humanos modernos eran dos especies aisladas desde 500.000 años atrás. La secuenciación del genoma del neandertal a partir de huesos fósiles les ha desmentido: hubo cruces hace solo 40.000 años en Europa y Oriente Próximo. Pero los últimos datos van mucho más allá al revelar que esos cruces fueron más que el sueño de una noche de verano, porque pasaron a los europeos genes importantes para el metabolismo de la grasa. La novedad no es que los neandertales se cruzaran con nuestros ancestros, los primeros Homo sapiens que salieron de África hace tal vez 50.000 años (los neandertales llevaban en Europa cientos de miles de años). Es cierto que esta idea resultaba una herejía para muchos paleontólogos hace solo unos años, pero los datos parecen haber doblegado ya sus resistencias. La novedad es que los genes que nos pasaron los neandertales durante esos contactos ocasionales han resultado ser importantes para la adaptación del Homo sapiens, aquel recién salido de África, a los entornos fríos del recién deshelado continente europeo. En botánica, esto se llama vigor híbrido: una ventaja en los hijos mestizos que no posee ni su madre ni su padre. Un premio genético a la falta de prejuicios raciales. Philipp Khaitovich, del laboratorio CAS Key de biología computacional de Shanghai, junto a colegas de Moscú, Leipzig y Potsdam, informan en Nature Communications de que los genes neandertales implicados en el catabolismo de lípidos están representados en exceso —respecto a otros tramos de ADN neandertal— en el genoma de los europeos modernos, o más exactamente, de las personas actuales que tienen ancestros europeos.