JUDÍO ERRANTE
Nadie ha caminado tanto como yo,
pues vago por el mundo sin descanso
desde que Jesús, el divino Redentor,
por la cruel exigencia que le hice,
me condenó a vivir bajo esta orden:
¡Anda tú, hasta el final de los tiempos!
Abandoné la carpintería y empecé
a encarnar los judíos de la Tierra.
No requiero comida ni bebida,
nunca enfermo y jamás he de morir,
pero mis entrañas arden como brasas
cuando intento detener la marcha.
Las versiones de mi errante vida
son imposibles declararlas todas:
una es con el Padre Luis en Tunja
cuando me confrontó con la escultura
que demuestra mi vieja identidad:
–¿Me conoces?, pregunté asombrado.
–¡Ahasverus!, exclamó la estatua.
Ese día el firmamento oscureció
como nunca lo estuvo en el pasado.
Vivo en Asia, América y Europa,
sin descontar los otros continentes,
y en todos me arrepiento con pesar
de haber irrespetado al Nazareno.
Ya nada puedo hacer, sólo esperar
hasta que dicha maldición prescriba,
los creyentes retiren su venganza
y el odio que atesoran de continuo
como secuela de mi rústica crueldad.