VIAJES Y FORMAS DE BELCEBÚ
En los viejos barcos que cruzan los océanos
desde tiempo inmemorial, y más precisamente
en los sueños delirantes de los esclavos,
en las faltriqueras de algunos marineros,
en los cofres sellados de ávidos piratas,
en las valijas repletas de los inquisidores
que viajan listos para estrenar su látigo
o el potro de tormento de las tecnologías,
viaja también, como un don Juan, orondo,
Belcebú el tolerante, señor de los infiernos,
el que cruza los mares para cazar incrédulos
como cruzan los patos su corral y su estanque,
y con su magia negra burlarse de los blancos.
Lo he mirado en las noches, jovial como un enano,
con sus cuernos de cabro y su chivera hirsuta
montando las doncellas que acorrala en las costas
o en los claros selváticos que invitan al sabbat,
volando como un pájaro sobre los matorrales,
comiendo como un gigante
e incendiando las tierras que horadan sus pezuñas.
A veces es un gentleman que agrada a las señoras
y un amigo sin tacha para el cornudo esposo,
lo mismo que un juguete para niños de brazos
que miran inocentes sus cachos y su cola.
En ciertas ocasiones es como un gato negro,
un perro sin patas o liebre sin orejas;
así por todas partes, desde África hasta Europa,
desde el Norte hasta el Sur, por Asia y por América,
viaja como un grumete o fino capitán,
siempre cantando y riendo, libre como un don Nadie,
ya que en todo tiempo fue un bravo navegante
que supo inflar sus velas con pedos perfumados
en las noches de Luna y en días invernales.
Así es don Belcebú, señor de los infiernos,
el grande y omnisciente caballero del mundo.