LAS VALKIRIAS
Asistentes de Odín, cuando no hijas
como la bella y descortés Brunilda,
nacían de valientes y mortales reyes,
pudiendo mantenerse invulnerables
mientras permanecieran vírgenes,
conocieran y acataran a los dioses.
Con sus corceles encarnaban nubes
y rayos con sus brillantes armas,
descendiendo sobre los héroes caídos
para llevarlos en brazos a Valhalla
donde muchos placeres esperaban,
y ayudaban también con su bravura
a que los dioses vencieran en batalla.
Jóvenes y bellas, enseñaban
sus níveos cuerpos y cabellos rubios
bajo celadas y petos de oro y plata.
Con corseletes, bermejos como sangre,
lanzas y escudos de fulgurante acero,
iniciaban decididas el combate
sobre caballos de sin par blancura
que volaban llevando por los aires
hasta las puertas del sin par Valhalla,
no sólo a ellas sino a otros guerreros
besados por los labios de la Muerte.
De las crines de sus cabalgaduras
caían el hielo y el rocío celestiales
mientras iban veloces por el mundo,
en tierra firme y anchurosos mares
sujetando a los vikingos fallecidos
y los sobrevivientes que avistaban
nadando indoblegables a las costas
ansiosos de afrontar seguidamente
el comienzo de la próxima contienda,
que anhelaban con fundado orgullo.
Freya y Skuld las lanzaban a la guerra
nombrándolas Doncellas del Deseo,
para escanciar el aguamiel divino
en las jarras de los recién llegados,
por los amplios salones de Valhalla.
Si un hombre las hallaba en tierra
bañándose sin sus plumas de cisne,
quedaban obligadas como concubinas
o esposas fieles, si el mortal quería.
Fue lo que ocurrió a los tres hermanos
que habiendo robado a tres valkirias
los trajes de pluma dejados en la orilla
de un profundo y apartado río,
las retuvieron para sí por nueve años,
hasta que la evasión de las cautivas
fue posible al recobrar su atuendo,
y así volver a la mansión divina.