LAS HERMANITAS EVERLEIGH
No sólo pienso en comida todo el día,
sino que además,
sueño con ella por la noche.
Henry Miller
Yo no las conocí.
Nací demasiado tarde para ese placer,
pero cuentan personas dignas de ser escuchadas
que estas precoces damitas tuvieron por 12 años
el burdel más lujoso del Hemisferio Occidental.
Siendo así
no hay qué detallar las cualidades del mismo
ni los precios exorbitantes que allí se cobraban.
Sus visitantes eran lo más selecto y poderoso
del vasto imperio norteamericano.
Aunque soy un ignorante en asuntos culinarios,
no resisto la tentación de transcribir
algunos de los platos más comunes
que estas adorables criaturas
preparaban cada día para sus protegidas,
y que leí casualmente en un libro muy edificante
especializado en esa clase de historias:
El desayuno consistía en zumo de almejas
y aspirina para abrir el apetito.
Luego, huevos a elección, riñones salteados,
huevas de sábalo y pechuga de pollo,
pescado, pasteles, tostadas y café turco.
Para la cena
casi siempre invitaban a sus admiradores
con quienes compartían, entre otras cosas,
ostras fritas, gallina de Guinea y conejo galés,
cangrejos picantes, pichones a la parrilla,
faisán, capón, langosta y pavo asado,
además de ganso estofado, pato y caviar.
En ocasiones especiales, cisne relleno
acompañado de finos y variados licores.
Más tarde el famoso club, ya clausurado,
sirvió de modelo para otros burdeles
que se fueron abriendo en los Estados Unidos,
aunque muchos, como es lógico,
fracasaron pronto y estruendosamente.
Por su parte las hermanitas Everleigh
desistieron del negocio
cuando tenían esquilmada media humanidad,
y se fueron a vivir a Nueva York,
no sin antes invertir sus millonarias ganancias.