LAS TRES HURÍES
Y las tres se presentaron en la plenitud
de su magnificencia ante el sagaz Ulises.
Luis López de Mesa
Soy Zamin,
descendiente de nobles y poderosos persas.
Tengo mi serrallo con ochocientas concubinas,
pero entre todas amo a tres
que siempre me han quitado el sueño:
Rubaiha, Salma Zaraqa y Sa’da.
Son tan bellas, delicadas... Y saben cantar.
Sus ojos azules, sus cabellos rubios
y su tez como leche con canela
son el beso de Alá para mis noches.
Me regalan mechones de su pelo
y trocitos de uñas cuando se las cortan.
Me envían esquelas mojadas con sus lágrimas,
atadas primorosamente con cuerdas de su laúd.
Sa’da, la más tierna,
llegó al extremo de incluirme
unos fragmentos de su cepillo de dientes
a cambio de unas ajorcas con diamantes.
Rubaiha quiso ayer
un cinturón hecho con seda de Catay,
unos zapatos de Arabia
y unas sandalias adornadas con rubíes.
Salma dice que se hará sangrar
si no luce una camisa impregnada de ámbar,
unos collares de alcanfor y siete velos de Nishapur.
No sólo estas tres tortolitas quieren arruinarme.
Las otras setecientas noventa y siete
se preparan ya para una huelga
si no les aumento sus mesadas
antes de que el brillo rojo de la Luna nueva
se levante otra vez sobre el oriente.
Con todo el dolor que cabe en mi corazón
tendré que venderlas por un alto precio
al primer mercader que se interese en ellas.
Además de cantar saben también danzar
y pulsan el laúd.
El movimiento de sus brazos y del talle
es un vuelo de aves sobre las palmeras.
Oh grande y poderosísimo Alá:
Ilumina el pensamiento de los mercaderes
para que paguen sin regateo
por cada una de mis tres preciosas palomas
un precio mínimo de ocho mil dinares,
aunque tampoco exijo más de diez.
Si eso no es agradable ante tus ojos,
permíteme entonces atacar con éxito
al más rico y débil de mis enemigos,
para saquearlo y llenar todas mis arcas,
aumentando así tu gloria
y la futura tranquilidad de mi serrallo.