LO QUE EN SUEÑOS YO LE DIJE AL INCA
Recuerda que partí para remotas tierras,
no por mi voluntad sino por tu soberbia.
Hoy, de regreso, arriesgando mi vida
y la posibilidad de conseguir tus favores,
traigo aciagas noticias para ti
y todos los habitantes de tu vasto imperio.
Como sabes, me convertí en navegante
en una de las naves más veloces
que alcanzó a concebir la inteligencia
al otro lado de estas aguas.
Por eso me adelanté desde hace muchas millas
entre tormentas y algunas noches de luna.
Las corrientes del anchuroso mar
me ayudaron en momentos de peligro,
pues siempre tuve a mis espaldas flotas
que ambicionaban mis tesoros
y el deseo de que no pudiera comunicarte
lo que ya es una desgracia,
oh, poderoso rey de los amenazados.
El enemigo ha vuelto,
lo he divisado con mis propios ojos
bordeando la costa
sobre sus inusuales casas flotantes,
como bien lo dice la antigua profecía.
Su piel descolorida, casi blanca,
sus barbas espesas y enmarañadas
imitan con holgura
al dios Sol de nuestros campos
cuando la neblina trepa por las cordilleras
en las mañanas de invierno.
Todo presagia, divino soberano,
que nuestro fin se acerca. ¡Sálvanos!
Esos barbudos sin alma
quemarán nuestros maizales,
secuestrarán a los chasquis
y violarán nuestras mujeres.
Sus mortíferas cerbatanas
vienen vomitando fuego
rápido y ruidoso como el rayo y el trueno.
Harán que nuestros hombres huyan
o caigan doblegados por el extraño mal.
¿Qué será de nuestros ríos y ciudades?
¿En qué terminará nuestra pasada grandeza?
¿Quién adorará nuestro Sol
en el corazón de los Andes?
El presente es abrupto y el porvenir turbulento;
el imperio es codiciado por el depredador extranjero
y los dioses no desean su prolongación
en los siglos sanguinarios que se avecinan,
por haber sido cobardes y desobedientes
al contrariar las leyes de nuestros antecesores.
Oh, Soberano:
¿En dónde quedan tus sagrados poderes?
¿Cuál ha sido el destino de tu cetro?
¿Y cuál será el porvenir de nuestros hijos?
Nada saciará la sed de los barbudos,
más crueles que el demonio de la oscuridad.
Ellos te ahorcarán por un pedazo de oro,
a ti, a quien adoramos con esperanza y vergüenza.
Las guerras libradas con los poderes hermanos
nos han debilitado, y los odios,
opuestos ferozmente contra toda unión fraternal,
de nada van a servirnos en estas horas de angustia.
Caerás, oh rey, como grano de maíz
en medio de la tormenta;
el temido huracán arrasará también a tus hijos
y a los hijos de tus hijos,
víctimas todos de la más negra traición,
así luzcas aún resplandeciente y riguroso
en tu litera de metal macizo.
El enemigo vencerá tus ejércitos
con su aparatosa aunque minúscula realeza,
sin que reconquistes lo que se habrá perdido.
Los rayos del dios Sol escaparán de tus manos
como plumón de guacamaya tierna,
y entrarás entonces en la pesada noche
hasta que algún poeta o historiador sonámbulo
decida, por piedad, sacarte del olvido.