Una privación de sueño tiene dos consecuencias básicas. Por un lado “lo que se pierde”, es decir no dormir supone una pérdida en la capacidad de atención a los estímulos externos Por otro lado, “lo que no se hace”, al no dormir bien, no se consolida la memoria. Ambas circunstancias tienen una repercusión en el rendimiento cognitivo y en consecuencia en la toma de decisiones, en su posterior jornada laboral. Cabe preguntarse ahora, por qué la privación de sueño no nos influye siempre de la misma manera. Al parecer la respuesta se encuentra en el contexto emocional en el que sean presentados los estímulos. En 2010 Lisa, publicó en Sleep un interesante estudio en el que se valora, cómo la presentación de imágenes de escenas agradables, desagradables o de carácter neutro, puede aumentar o disminuir la capacidad de atención y memorización, en un grupo de individuos sometidos a privación de sueño. Al parecer, las imágenes de contenido emocional negativo son las que más influirían ya que, activarían un sistema ventral de de carácter afectivo, constituido básicamente por el cortex ventrolateral prefrontal y la amígdala, (que tiene un papel regulador entre los estímulos afectivos y la capacidad de atención y en la memoria de trabajo). Por el contrario, estas imágenes podrían tener un efecto inhibidor sobre un sistema dorsal, con funciones más ejecutivas, constituido por cortex prefrontal dorsolateral y cortex parietal lateral. El circuito planteado es el siguiente, la presentación de estímulos aversivos o desagradables activarían la amígdala, con la subsiguiente repercusión sobre la atención y la memoria de trabajo. Si a esto le añadimos una privación de sueño, el efecto activador sobre la amígdala es mayor, con lo cual el individuo sufre mayor dificultad para fijar la memoria de trabajo y en su capacidad de atención. Además, no dormir también dificulta la comunicación de la citada amígdala, con regiones frontales encargadas de regular la respuesta cognitiva emocional.
Está claro que la ausencia de sueño influye en el nivel de atención y el sujeto se muestra más distraído. Por tanto, todo esto influye en el rendimiento cognitivo al mostrar dificultad para la concentración. La siguiente pregunta sería ¿cómo nos influyen el resto de las emociones?, es decir, todo lo descrito anteriormente se refiere a estímulos desagradbles, pero qué pasa con el resto. Esta pregunta puede encontrar respuesta en el trabajo publicado por Van Der Helm en 2010. En él se comprueba como la presentación de expresiones faciales de enfado o miedo, se correlaciona con una activación de la amígdala, además de otras regiones del cortex prefrontal medial incluyendo cortex cingulado anterior y ganglios basales. Este dato es importante ya que la corteza prefrontal medial parece tener un efecto inhibidor, que permite adaptar las respuestas emocionales al contexto. Resultados similares se obtienen con la expresión de felicidad, pero curiosamente no con la tristeza.