Esta es la crónica de una carta y los argumentos detrás de la misma. Allí, entre gallos y media noche, 47 de los 54 senadores republicanos del Congreso en Washington, capital estadounidense, firmaban un documento y lo enviaban apresuradamente a Teherán. Con la mañana, el mundo se enteró de qué se trataba y quiénes estaban detrás del infame “complot de la carta”.
La misiva, a todas luces exhibe mucho más de lo que contiene. De hecho, los actos correspondientes a su redacción, envío y recepción se han convertido en un símbolo de nuestro tiempo. Allí, entre estos espacios, se hace evidente la pugna interna de poder que divide y quebranta al imperio en su mismo seno.
Ya no sólo se trata del programa nuclear iraní, su liderazgo o el historial de encuentros y desencuentros con la Casa Blanca. Aquí se trata de un juego de abalorios que se enfrenta y traiciona a sí mismo en los pasillos del Capitolio.
El texto en cuestión parece salido de las entrañas de la mente de un esquizofrénico: una línea en blanco, a favor de un supuesto 'frente común', y otra, con la evidente amenaza de quien estuviera sometido a delirios de arrogancia.
Justamente por culpa de aquellos delirios presidente de Estados Unidos, Barack Obama, admite sentir ‘vergüenza propia’ ¿Una especie de mea culpa indirecto?
Por ello, no sorprende que según el mandatario, el argumento base de los redactores de la carta a Irán es: no discutan con nuestro presidente porque no pueden confiar en él para hacer aplicar el acuerdo.
Lo cierto es que al final del día, ni la misiva, ni sus firmantes, ni el presidente traicionado se justifican ante la retórica de los mensajes sin contexto; el eterno paternalismo del imperio.