Se llama bastardo al hijo ilegítimo o de padre desconocido.
Existen diversos registros que demuestran que los bastardos eran considerados inferiores a los hijos legítimos y, algunas veces, tratados con el mayor rigor.
En el Génesis vemos que Sara dijo a Abraham, hablando de Ismael: no ha de ser el bastardo o hijo de la esclava heredero con mi hijo Isaac. En el Deuteronomio leemos: tampoco el bastardo podrá entrar en la iglesia del Señor hasta la décima generación.
Pericles, discípulo de Anaxágoras y célebre capitán y filósofo que llevó al florecimiento más grande de la Grecia antigua, dio a los atenienses un decreto más cruel contra los bastardos. Cerca de cinco mil fueron condenados y vendidos como esclavos en una pública calamidad. Por las leyes de Solón los padres estaban privados de la autoridad paterna sobre los bastardos. El placer momentáneo, decía este antiguo legislador, debe ser su única recompensa.
Entre los romanos la suerte de los bastardos era más desgraciada. En medio de un pueblo inmenso se hallaban en una absoluta soledad, sin parientes, sin relaciones, sin sociedad y sin familia. Las leyes de las doce tablas no admitían a los bastardos al derecho de sucesión. Las de Justiniano les rehusaban hasta los alimentos y solo el cristianismo moderó este rigor. El emperador Anastasio permitió a los padres legitimar los bastardos por la sola adopción. Justino y Justiniano abolieron esta legitimación, para no autorizar de este modo el concubinato.