Leibniz tuvo una idea, en realidad fueron un puñado de ideas, un conjunto, o mejor, una red de ideas con las que se propuso dar salida a los problemas que por aquel entonces asaltaban a los filósofos de su época; también se encontró con nuevos problemas, pero esto es otro asunto. Esta idea, que centra el interés de nuestro trabajo y sobre la que husmearemos como un animal entrometido, queda recogida en la breve cita que encabeza el comienzo: los cuerpos actúan como si no hubiera almas, las almas como si no hubiera cuerpos y ambos a su vez como si se influyeran unos en otros. La idea es calificada por el propio Leibniz como imposible, y es que el filósofo retuerce de tal modo (de un modo barroco, claro) el problema de la comunicación entre el cuerpo y el alma, que su salida se vuelve totalmente imposible; hizo falta una desmesurada imaginación para salvar la turbidez que el asunto del paralelismo parecía introducir en el sentido común (o quizás finalmente no, veremos). Leibniz lo llevó a cabo con la creación de un nuevo concepto: la mónada (es cierto que esta noción ya existía, pero es Leibniz quien le da una formulación y un desarrollo como es debido).
Tenemos ya los tres elementos a los que va a responder este trabajo: una idea imposible (la relación de no-relación que intenta soportar la diferencia en la dualidad), una problemática a la que obedece esa idea (el paralelismo) y un concepto loco del que Leibniz se sirve para esquivarla (la mónada).