Vladímir Putin pone la primrea piedra de su nueva apuesta por el suministro de gas a China, ante la nueva guerra fría que vive con Europa. En la lejana Yakutia, el presidente ruso inauguró junto al viceprimer ministro chino Zhang Gaoli las obras del gasoducto La fuerza de Sibera (‘Power of Siberia’) que debe asegurar 38.000 millones de metros cúbicos anuales a su vecino a partir de 2018. El contrato se firmó el pasado mayo y le supone a Moscú 400.000 millones de dólares en treinta años.
La canalización, de cuatro mil kilómetros, debe conectar por un lado el norte del lago Baikal y por otro los pozos del Pacífico.
“Este es un nuevo gasoducto que no solo nos permitirá incrementar las exportaciones expandiéndonos geográficamente, sino que también nos asegurará el suministro en nuestro propio país que es algo importante para el este de Siberia, el lejano Este”, se felicitó Putin.
Por su parte, el suministro a China no sólo es una cuestión comercial, sino también geoestratégica. A causa de la guerra en Ucrania y las sanciones mutuas entre Bruselas y Moscú, el aprovisionamiento a través de los gasoductos a Europa es más frágil que nunca. Además, la misma Unión Europea busca ahora alternativas para preservar los países orientales. Y Putin no esconde su interés para seguir profundizando en las relaciones con Pekín, con el objetivo de que se convierta en su socio a largo plazo.